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Nº 2 Marzo, 2006

Número 1

El extraño caso de los pañeros de Mula (Un ejemplo de los juicios sumarísimos de la postguerra española)

Floren Dimas Balsalobre reúne la doble faceta de investigador de la represión franquista en Murcia y de inagotable luchador por la recuperación de la Memoria Histórica en su región, a través de la presidencia de la asociación “Amigos de los Caídos por la Libertad”, pionera en este campo. Floren lleva mucos años buceando en los archivos militares donde se conservan los legajos de los juicios sumarísimos que sirvieron para perseguir a los partidarios de la legalidad republicana en la región murciana. Un ejemplo de la arbitrariedad y de la ausencia de garantías legales para los procesados que caracterizaban a los consejos de guerra es este caso que nos envía para nuestra revista: SUMARIO Nº 6.346-MU.1- Visto en Consejo de Guerra en Murcia en 1939 contra: Antonio Caballero Ródenas, Alfredo Caballero Ródenas y Antonio Caballero Valero (a) el Pistolete.- El denunciante, vecino de Bullas (Murcia), acusa a tres personas de una misma familia, de ser los asesinos de dos "pañeros" (vendedores ambulantes de sábanas, toallas, manteles, etc.), y realiza ante la Guardia Civil de Mula (Murcia) una descripción de los hechos en la que describe, con gran profusión de chorros y regueros de sangre, cómo los acusados bajaron a las víctimas por una escalera de la habitación de la posada que regentaban, y cómo con gran sigilo los subieron a un coche, desapareciendo en la noche.

Lo cierto es que en días posteriores corre como la pólvora en el pueblo el rumor de que los pañeros han sido asesinados y el coche arrojado por un barranco, pero nadie ha visto cadáver alguno, ni saben de qué barranco se trata, ni qué automóvil es. El denunciante, días después de que el rumor ya fuese general, asegura ante la Guardia Civil de Mula, que accidentalmente los vio desde un escondite en la oscuridad de la medianoche, con el trajín del embarque de los cuerpos, y aporta los nombres de los ya nada presuntos asesinos: dos hermanos y otro más que resultan ser -no por casualidad- personas todas de izquierdas. Nadie ha llegado a preguntar al pueblo por el paradero de los pañeros. Nadie denuncia el robo de ningún coche. Nadie es capaz de decir de dónde ha partido el rumor. Pues bien, a partir de la "confesión" de este sujeto (el denunciante es un pobre lacayo de un señorito local) se pone en marcha todo el tinglado judicial, bajo la acusación de ser sospechosos de asesinato “con ensañamiento” de los pañeros, y ya, de paso, les acusan de la muerte del Marqués de Villarrobledo y de otro cacique en el pueblo de Mula, víctimas de las revueltas incontroladas de los cuatro primeros meses de la guerra.El interrogatorio a uno de los sospechosos, de 55 años, se hace en presencia del Juez Instructor de Mula (Militar), del Secretario y del Jefe Local de Falange, según consta en las diligencias. En un punto de la declaración del inculpado, se hace constar sin reparo alguno: "se suspende el interrogatorio por indisposición del detenido" (la consabida paliza para “refrescar la memoria”). Lo bueno viene cuando el 25 de octubre de ese año, el mismo denunciante comparece de nuevo para declarar que -¡atención!- "retira la acusación, porque todo lo que aseguré sobre la muerte de los pañeros, no es verdad, porque cuando declaré estaba bebido y no sabía lo que hacía".La retractación del denunciante, sin embargo, no sirvió para que acabara aquí la cosa, porque como ya estaba en marcha la maquinaria judicial, no era cosa de desperdiciar tanto esfuerzo inquisidor con el sobreseimiento, así que siguen el hilo del marqués y del cacique, que tampoco les lleva a ningún lado, por lo que, para dejar sentado el espíritu de la justicia benevolente del régimen franquista declaran a los acusados "sospechosos de doble asesinato, en virtud de sus pésimos antecedentes marxistas que les hacen acreedores a la comisión de todo acto de barbarie contra personas de orden".Con este “considerando” se despacha en su sentencia el Consejo de Guerra, señalando: 20 años de prisión mayor para Antonio, 12 años para Alfredo y la absolución para el tercero. Menos mal que el arrepentimiento del delator llegó pronto; de lo contrario los supuestos asesinos del “Caso de los pañeros" hubieran sido pasados por las armas de la justicia implacable del Caudillo, llamado por el poeta José María Pemán “Timonel de la dulce sonrisa”.

 

Enlaces en la red.

Enlaces en la red.

Incluimos en esta sección una selección de enlaces que pueden serte útiles para profundizar en algunos de los temas que hemos tratado:
·         La página Historia del Siglo XX, del profesor Juan Carlos Ocaña contiene una buena colección de páginas temáticas y documentos relativos a los grandes conflictos de la pasada centuria. Te recomendamos en particular el apartado relativo a la Segunda Guerra Mundial, el conflicto más trascendental del mundo contemporáneo, de cuyo final se cumplen 60 años:
http://www.historiasiglo20.org/IIGM/index.htm
·         En la web del grupo Memoria Republicana encontrarás un montón de biografías de personajes de la época y una buena colección de textos sobre batallas, episodios destacables…:
http://www.sbhac.net/Republica/republia.htm
·         Esta experiencia de un instituto de Aluche – La guerra de nuestros abuelos- nos puede servir como modelo para la realización de nuestros trabajos de investigación:
http://platea.cnice.mecd.es/~anilo/abuelos/primera.htm
·         Y aquí tienes una exposición virtual de carteles de la guerra, con su despliegue de  efectos propagandísticos para la movilización general en la época de la “guerra total”:
http://campus.uab.es/~2072392/

Los Republicanos represaliados en Valdenoceda (Burgos)

Los Olvidados de Valdenoceda

EN UN PEQUEÑO PUEBLO DE BURGOS, LOS RESTOS DE 153 PRESOS REPUBLICANOS MUERTOS EN PRISIÓN TRAS LA GUERRA CIVIL ESPERAN UN FUNERAL DIGNO.

El pequeño pueblo de Valdenoceda en el norte de la provincia de Burgos, tiene 73 habitantes y un pequeño cementerio que esconde un terrible pasado: cada vez que se excava una nueva tumba asoman los restos de uno o varios esqueletos humanos sepultados allí hace más de seis décadas. Permanecen enterrados a tan sólo un palmo de la superficie y corresponden a 153 personas, antiguos presos republicanos que murieron allí de hambre y de frío en los años posteriores al a Guerra Civil (1936-1939), encerrados en una antigua prisión a orillas del río Ebro.

Juan María González Fernández de Mera era uno de ellos. Murió el 14 de abril de 1941, justo 10 años después de la proclamación de la II República y el día en el que cumplía 50 años. Dejó solos a cuatro hijos y a una mujer analfabeta, como cuenta su nieto José María. Su delito: “Adhesión a la rebelión” por ser el conserje de la Casa del Pueblo de Ciudad Real, la manera del franquismo de negar su golpe de Estado contra el Gobierno republicano acusando a los vencidos de traición(...)

Juan María fue detenido al poco de terminar la guerra y llevado a la prisión de Valdenoceda en un tren e ganado con centenares de manchegos, de los que 62 perderían su vida a más de 400 kilómetros de sus hogares junto a decenas de madrileños, vascos, andaluces, gallegos, catalanes.... Sus nombres, pero sobre todo el lugar y la forma en que murieron, han permanecido olvidados durante décadas, hasta que el nieto de Juan María comenzó a indagar.

“Mi padre hablaba muy poco sobre la muerte de mi abuelo, era un tema prohibido en casa”, dice José María González, comercial de profesión y residente en Amorebieta (Vizcaya). Pero la curiosidad pudo más. “Queríamos saber dónde había fallecido, y sobre todo qué delito había cometido”, cuenta. La pista llevó pronto, a él y a su sobrino, hasta el juzgado de Valdenoceda. “Su nombre estaba en el registro de defunción, pero nos llamó la atención que, como él había decenas de personas que murieron por las mismas causas: colitis epidémica o tuberculosis pulmonar”
Algo estremeció a José María: “No había ninguna tumba. A medida que morían, los enterraban en fosas comunes cerca del cementerio, ya que el sacerdote de entonces no permitía que los rojos compartieran sus tumbas con sus fieles.” (...)

Historia de un hombre que sobrevivió al infierno

ERNESTO SEMPERE tiene 84 años y es uno de los últimos supervivientes de Valdenoceda, “una prisión de exterminio”, como la describe. La recuerda por su “crueldad” y sus duras condiciones de vida: frío, oscuridad y una ración de comida al día que consistía en “una alubia podrida flotando en un caldo sucio”, y medidas disciplinarias criminales como encerrar a los presos en “celdas de castigo en el sótano, que con la crecida del Ebro se inundaban hasta la altura del cuello”, recuerda. “null”.

Sempere nació en Ciudad Real y luchó en la guerra como comandante en el Ejército Popular. Fue hecho prisionero en 1939. “El 17 de julio e 1940 me condenaron a 20 años e prisión. Lo recuerdo porque es noche fusilaron a mi padre”. Ernesto Sempere Beneyto, presidente provincial e Unión Republicana. Cuando llegó a Valdenoceda “era de noche y hacía mucho frío”, recuerda. Lo primero que vio fue a “un hombre con pelo blanco y ojos tristísimos. Lo más cercano a la locura”. Era el catedrático de Historia Juan Antonio Gaya, que junto a Sempere y otros 11 reclusos serían conocidos como los 13 de la fama. (...)

Valdenoceda es un recuerdo “muy amargo” para este anciano que no olvida, pero sí perdona, “algo que con los años es fácil”.

El PAÍS, Domingo 19 de Diciembre de 2004, Suplemento, 12 Historia

Cómo realizar un trabajo de historia oral:

Cómo realizar un trabajo de historia oral: Recoger la información oral de miles de ciudadanos comunes, protagonistas de la Historia del siglo XX que viven a nuestro alrededor, es tener el privilegio de acceder a una información de primera mano, muchas veces olvidada o silenciada. A nuestro alrededor viven todavía miles de testigos que, sea cual fuere su ideología, pueden contarnos su versión de lo sucedido y podemos recoger su testimonio.

Para llevar a cabo una encuesta de historia oral tendremos en cuenta los siguientes pasos:

1. Selección del entrevistado En general, debe darse preferencia a los ancianos sobre la gente de menor edad. Los hombres suelen ser mejores informadores sobre asuntos de la vida pública, experiencias de guerra, sindicatos, reivindicaciones, etc..., Las mujeres suelen tener informaciones fundamentales sobre la vida cotidiana, las tradiciones, las relaciones familiares, las condiciones de trabajo en el campo...

2. Respeto al testimonio. El entrevistado debe dar voluntariamente su testimonio. Si decide informarnos, debe saber el uso que se hará de su relato. Puede decir por ejemplo que no se puede consultar sin su permiso expreso, o que por el contrario desea que la escuchen cuantos puedan interesarse en la historia... La mayoría suele dar su testimonio gustosamente, sorprendidos de que a alguien le pueda interesar su relato y que no se reciba como "las batallas del abuelo" o "la monserga de la abuela".

3. Preparación de la entrevista. Necesitaremos recoger algunos datos que nos servirán para preparar la entrevista: el año y lugar de nacimiento, dónde pasó su infancia, juventud y madurez y algún acontecimiento o circunstancia singular a lo largo de su vida (guerra, guerrilla, emigración, exilio, cárcel, por ejemplo). Sobre esos datos deberemos hacer un trabajo previo que nos permita relacionar la vida del entrevistado con una sencilla cronología histórica. Desde luego, puede utilizarse cualquier método, aunque nosotros proponemos aquí uno muy sencillo: se trata de confeccionar una cronología a tres columnas, que ponga en relación los distintos períodos de la vida del entrevistado (infancia, juventud, etc...), que figuraran en la primera columna, con los períodos históricos o acontecimientos más importantes da cada etapa. La tercera columna la reservaremos para acontecimientos, medidas, costumbres o cualquier otro aspecto que creemos que haya podido afectar a la vida del entrevistado por ser cuestiones generales, locales, o por ambas cosas a la vez (la Guerra Civil, La Reforma Agraria, al caciquismo, el racionamiento, el estraperlo, etc...). Por ultimo debemos tener previsto dar cabida a toda la información sobre la vida cotidiana, juegos escuela, noviazgos, celebraciones, crianzas, etc...

4. Desarrollo de la entrevista: Nuestra entrevista no se parecerá nada a las que suelen hacer los periodistas, es decir, no será una sucesión de preguntas para que la persona nos conteste y nos de la información que buscamos. Sería absurdo, en primer lugar porque del tema sobre el que queremos charlar (lo que ha vivido y cómo lo vivió) nadie sabe más que nuestro entrevistado. El mejor método es dejar que el entrevistado cuente su vida desde el principio, partiendo de la infancia, que es la base más sólida de sus recuerdos. Cuando haya completado el relato será el momento de preguntarle las cosas que hayan quedado fuera de él y que nos parezcan importantes. vamos a entrevistarnos con un protagonista vivo de una larga etapa histórica, su testimonio no es cualquier cosa, es irrepetible y no está en los libros ni en los archivos

5. La grabación de la entrevista debe archivarse acompañada de los datos sobre el informante. La fecha de realización y el período que abarca, así como un pequeño índice de los temas más importantes que trata, para que pueda ser fuente de información y objeto de reflexión o trabajo para quien pueda estar interesado, aunque ni conozca al informante ni haya realizado la entrevista.

Tomasa M.H., una fuenlabreña de 95 años

Tomasa M.H., una fuenlabreña de 95 años Edición: Jesús Sánchez Fernández

Entrevista realizada por Rebeca Mories e Irene Castillo, en abril a la abuela de una amiga:

Se llama Tomasa MH y tiene 95 años. Siempre ha vivido en Fuenlabrada

A. La INFANCIA en Fuenlabrada . Década de 1910

(Su madre) Tuvo 6 hijos, me parece, no se murió ninguno.¡ Sí! se murió uno. Se llamaba Julián, tenía una joroba, le dejaron de caer y le salió un bulto, una joroba, no podía andar, pobrecito. Y era un niño mayor, tendría unos siete, ocho ó nueve años.
(Las mujeres) parían en su casa, no había sanatorio ni nada,(…) Había una comadrona, Lázara, ¿sabes?,(…) y yo le decía Lázara, ven corriendo a mi casa, que está mi hija muy mala. A ella sin embargo, la atendió : “el médico del pueblo, Don José”. Al parecer Lázara estaba atendiendo en ese momento otro parto del que nació un niño.
Había muchos piojos, ¿sabéis lo que son piojos?

Yo no he ido al colegio. Se quedó mi madre viuda con 6 hijos y entonces no pagaban a nadie e íbamos a pedir. (…) Todos los muchachos íbamos a pedir a la Moraleja y a Humanes (ríe),¡ Menuda vida!. Mi madre se llevaba a todos los niños a pedir. Mi madre estuvo sirviendo en Humanes, ¿sabes?. Cuándo era moza y la conocían, como era un pueblo pequeñito, pues se conocían todos, no como ahora, que no conocéis a nadie. (…) Pedían de todo. En Humanes, a mi madre le daban de todo, (piensa) ...uhh, tocino, que hacían muchas matanzas.

Yo no tenía tiempo de jugar. No había dinero, ¡Cómo lo iban a regalar! (bromea). En la calle (jugaban) todos los muchachos. En una carreta ibas enganchada con dos bueyes, y como corrían tanto me salió un bulto en el cogote porque me pisaron, y los bueyes pisaron a un niño. Estaba en la calle cuándo era chico, en la calle Lobo, en donde tengo yo mi casita. Y había títeres en la plaza, y llevábamos sillas para sentarnos. (…) venía un hombre con un tambor y daba vueltas por el pueblo, ¿sabes? y títeres en la plaza.(…) Jugábamos a las cartas todos los días por las tardes o cuándo no, cosíamos, y no como ahora que nadie cose. Yo echaba mucho remiendo a los calcetines, le llamábamos la soleta, toda la planta del pie, venga a coser calcetines...(…)No había teléfono, nada más uno en la plaza, en una casa.
Rebeca e Irene:- ¿Había agua corriente?
Tomasa:- No, (ríe), cuándo nevaba echábamos todos a correr a la fuente a por agua.
R e I.- ¿Había luz eléctrica?
T.- Poca, poca. Algunas casas tenían, otras no; y veíamos con un candil. Echábamos aceite y poníamos un cachito de cera, se hacía una tocia y se ponía en el candil y lucía. Mi madre decía: “Ya no echo más aceite, ¡A la cama! ¡Muchachos acostaros!. (ríe),
R e I.- ¿Dónde lavaban la ropa?
T.- Había lavadero, estaba para allá abajo
R e I.- ¿Cómo era?
T.- De piedra, muy bien. Venia el agua de la fuente de los Cuatro Caños y todos los días estaba abierto y era una nave muy grande.(…)
R e I.- ¿Cuándo se duchaban y cuándo se cambiaban de ropa?
T.- Cuándo teníamos mucha mierda (ríe a carcajadas)
R e I.- ¿Cada cuánto tiempo?
T.- (Ríe) No lo contábamos, no era como ahora que dices… No es como ahora. Los muchachos se los limpiaban así (nos hace el gesto de limpiarse los mocos con la manga, ); no tenían pañuelo (ríe)
(…)
R e I.- ¿Qué comían?
T.- Un pote en la sartén,…
R e I.- ¿Dónde compraban la comida?
T.- En la tienda, ¿A ver si te vas a creer que no había tiendas? Lo que no había era dinero (ríe otra vez)
R e I.- ¿Todos los miembros comían lo mismo?
T.- Sí, todos en el mismo plato, … el que se daba más prisa era el que más comía.
R e I.- ¿Dónde guardaban los alimentos?
T.- En el pozo, en una soga lo atábamos. Para Semana Santa no se comía carne y cogía mi marido muchos conejos de dónde el cementerio…
R e I.- ¿Se acuerda del precio de algún producto, pan, leche…?
T.- Muy poquito, no me acuerdo. Lo que me acuerdo, que valía un kilo de filetes en Leganés, cuándo estaba yo sirviendo 4 pesetas con 40 céntimos
R e I.- ¿En su casa producían algún producto?
T.- No, bueno, la gente pobre, patatas, (ríe). La gente pobre no comía filetes (riéndose) nada más que patatas con poco aceite (termina a carcajadas)

B. La MOCEDAD. Hacia LA REPÚBLICA. Años veinte y treinta.

R e I.- ¿ A qué edad empezó a trabajar?
T.- En seguida me puse a trabajar para servir en el pueblo, ¡Ya ves como sería yo,!, que me dio una señora ropa sucia para lavar y no la quise lavar por la vergüenza, de que me miraba la gente, … y por si se creían que era mío.
R e I.- ¿Con cuántos años servía?
T.- A lo mejor tenía 12 añitos ( Y nos vuelve contar la anécdota de la ropa sucia)
R e I.-¿ Cuánto dinero te daban?
T.- Tres duros, yo ganaba más en Leganés, cuándo era moza (ríe). Da vergüenza decir que me lo daban por un mes. Mi madre me echaba a mí la cuenta y ganaba todos los días una peseta con 15 céntimos.
R e I.- ¿Cuántas horas trabajabas?
T.- Yo estaba en la casa de día y de noche, todo el mes y no había vacaciones.
R e I.- ¿Y los hombres y las mujeres?, ¿Trabajaban en las mismas cosas?
T.- No. Las mujeres sirviendo, y los hombres al campo. ¡Pobrecitos!

(...)

R e I.- ¿A quién acudían cuándo tenían una enfermedad?
T..- ¡Al medico! ¡A ver! ¡Vaya una pregunta! (risas) (...)
R e I.- ¿ Y había medicinas?
T.- No, no había medicinas
R e I.- Entonces, ¿Cómo os curaban?
T.- ...al que se moría se le enterraba, y ¡hala!, y se ponía la gente de luto no como ahora que no se ponen y en las casas ponían un lazo negro y estaban de luto.
R e I.- ¿Durante cuánto tiempo estaban de luto
T.- ¡Uhh! (ríe) Había muchas que se la juntaban dos lutos. No es mentira.
R e I.- ¿ Y qué cosas se hacían y qué cosas no, mientras de luto?
T.- Todas de negro y en las ventanas un lazo negro y no como ahora.
R e I.- ¿Y que cosas no podían hacer?
T.- Ir al baile. Ahora no hay luto.

C. La GUERRA CIVIL. Negro y Blanco.

Tomasa había tenido más de un pretendiente. Al menos un hortelano de Leganés, apodado “el Tomate” porque "era muy colorado" Pero se casó con otro, en 1935. Poco podía imaginar entonces el giro que iba a dar su vida al año siguiente.
R e I.- ¿Se casó de blanco?
T.- Claro. Yo iba embarazada, de mi hijo
R e I.- ¿Dónde lo celebró?
T.- Lo celebré en el Biarre, en Madrid. La gente del pueblo pusieron coches y todos hacia Madrid. No como ahora. Biarre está en Cuatro Caminos.
R e I.- ¿De qué te acuerdas de la guerra?
T.- De que pasé mucha hambre (ríe). Comíamos la cáscara de las patatas... Yo estuve o cuatro días sin catar nada. Mi marido estaba aquí con los nacionales y yo estaba con los rojos. Yo me fui con mi niño que tenía once meses
R e I.- ¿ Y por qué te fuiste?
T.- Cosas que se hacían. Yo cogí a mi hijo en brazos y tenía mucha hambre y ¿por qué me fui? Si no, mi hijo se muere. Lo cogí en brazos y eché a andar a Madrid.
R e I.- ¿Dónde pasó usted la guerra?
T.- En un pueblecito que se llamaba Valdeiglesias, al lado de Camporreal (se refiere naturalmente a San Martín de Valdeiglesias) ¿No habéis oído hablar de Valdeiglesias?. Estábamos en la Plaza Mayor para coger vales para comer en el bar, luego venía la aviación y los que estaban adelante se iban para atrás y al revés. Se deshacía la cola, ¿Sabes como te digo, hija?
R e I.- Cuántos (bombardeos) vio usted?
T.- Yo no vi nada de la guerra.
Yo sé un cantar de la guerra, que le sacaron los rojos ( Y se pone a cantarlo):

Camino de Legazpi
en un 37
a las 10 de la noche
te vienes para acá,
con unas cuántas copas
de más en la cabeza,
sin cinco en el bolsillo,
sin nada que fumar.

Vienes echando chispas
por no poder quedarte,
tan si quiera una noche,
(a) dormir acompañao

Y mientras en Madrid,
todos los enchufados
se ríen de la guerra
y viven como Dios
y luego van diciendo
¡Soy un luchador!

R e I.-¿ Y su marido?
T.- Mi marido estaba aquí con los nacionales.
(Es decir, era simpatizante de los nacionales. Al principio de la guerra, con Fuenlabrada aún dentro de la España Republicana, lo tenía difícil) Como recuerda Tomasa:

A los jóvenes se les llevaban al frente y se escondió en un pajar lleno de paja, con un hermano, Y una cuñá´ mía le cuidaba, le quitaba la teja y le metía la comida.
Tres meses después, cuándo los rebeldes tomaron Fuenlabrada, pudo salir de su escondite. Su esposa y su hijo ya no estaban allí.
R e I.- ¿Él era del Ejército?
T.- No. ¡Él tiraba tiros para allá dónde estaban su mujer y su hijo! (ríe).
El último año le llamaron para ir a la guerra.
Cuándo terminó la guerra, ese día nos fueron a buscar a Valdeiglesias porque sabía que estábamos allí.
Volvieron a su casa, una casa alquilada “al lado de la fuente de los Cuatro Caños”:
T.- Cuándo terminó la guerra yo la hice con cascotes, porque es que entonces (se refiere a la guerra) pusieron un polvorín en el pueblo y cuándo explotó, se cayeron muchas casas,... Yo no estaba aquí, me lo contó mi marido. (...) Cuándo terminó la guerra, hice la casa con cascotes. Mi hijo acarreando cascotes...

Conclusión:

R e I.- Tuvimos que preguntarle muchas veces las mismas preguntas porque no nos oía bien. Nos preguntó que por qué le hacíamos tantas preguntas. Nos dijo: “No conozcáis ninguna guerra”

Una experiencia autobiográfica: Gregoria S. H., una niña en el Madrid sitiado (1936-1939)

Una experiencia autobiográfica: Gregoria S. H., una niña en el Madrid sitiado (1936-1939) Un trabajo de Ruth Rodríguez Gijón (2º de Bachillerato)

Gregoria S.H. nació en Navalafuente (Madrid), en 1925.

“Yo estaba en Pinto con mis tíos cuando empezó la guerra. Fue horrible porque los segadores se vinieron a casa porque les pagaban poco. Entonces los patronos por la noche salieron con escopetas tirando tiros al aire para asustarlos y ya empezó todo mal, de mal en peor.

Un día pregunté a una señora por qué era esa guerra y me dijo que “había un ‘bujerito’ muy pequeño y todos querían meter la cabeza por el mismo sitio y no podía ser, así que empezó la guerra. El 18 de julio del 36 empezaron a matar a monjas los que se les ocurría. Yo caí mala con unas fiebres muy altas y estaba visitándome el médico. Un día no vino, mi tía lo extrañó, entonces salió a comprar y la contaron que había ido a Valdemoro y le dijeron que le iban a matar a él y a su esposa, así que tuvo el valor de matar a su mujer y luego matarse él. Fue un golpe para el pueblo muy grande, venían con los coches y se los llevaban, unos volvían y otros no.

Venían de los pueblos de alrededor y de Toledo, se llenó el pueblo de gente, pero a los pocos días tuvimos que salir nosotros de muy mala manera en un carro de mulas, e iban cuatro personas mayores y ocho niños, la mayor yo que tenía once años, y cosas que llevaban. Llegando a Getafe a mi tío le detuvieron para hacer trincheras, entonces mi tía no sabía a donde ir y vamos por el paseo de las Acacias y en la acera junto a la glorieta de Embajadores estaban dos señoras y se quedaron mirando, y una a la otra le dijo a dónde irá esa señora con tantos niños, y se da cuenta y dice “pero si es María” y la preguntó “pero a dónde vas”; “a tu casa si me admites”, y la contestó “de puertas para adentro todo son camas”.

Vivían en la calle Ercilla, 25, así que allí estuvimos no mucho tiempo, porque empezaron a tirar bombas y obuses desde Carabanchel, la Casa de Campo y la Ciudad Universitaria. Un día tiraron una bomba enfrente de donde estábamos, así que mi tía nos cogió y nos llevó a la calle de Carranza, 3, en la portería que era un sótano como un pasillo, y allí no cogíamos todos porque la portera tenía un piso en el último con muchas habitaciones, pero no podíamos subir porque empezaban a tirar bombas, y como éramos tantos niños nos ayudaban a bajar al sótano, y un día una señora cogió a uno de mis primos y se cayó por la escalera, y se rompió una pierna, así que no nos dejaban subir, pero yo tenía que dormir encima de un baúl, así que alguna vez me subía, pero empezaban a tirar las ametralladoras desde el Clínico y la Ciudad Universitaria que parecían que estaban allí mismo, así que otra vez para abajo. Un día cayó un obús en el reloj de la glorieta de Bilbao. Yo estaba en el patio y me asusté mucho, pero un día nos mandó mi tía por pan a Fuencarral, vinieron los aviones tirando bombas en un hospital que estaba en la glorieta de San Benardo que se llamaba de la Princesa –que luego le tasladaron a Diego de León-.

Por las noches, cuando venían los aviones nos teníamos que ir a los cafés que había por allí, dormíamos en el suelo y las mesas de los cafés que eran de mármol estaban heladas, y había que levantarse unos para acostarse otros. Así que nos fuimos a Antonio Maura. Era una casa grandísima, estábamos seis familias y cada una teníamos tres habitaciones grandes. Una de ellas daba al museo de Artillería, y había unos cañones que apuntaban a la casa; como yo no sabía que era un museo, pensaba que aquel cañón iba a disparar en cualquier momento. Allí lo peor era la cocina, porque nos juntamos todos a la misma hora, y por la noche estaba la policía abajo y si dábamos la luz nos gritaban que apagáramos la luz porque estaban los aviones bombardeando. Guisábamos con los archivos de papel y libros que había muchos, no se si sería la casa de unas personas importantes por lo que allí había de vajillas, cubiertos, ropa, en fin, de todo.

Había un cañón en el Retiro que aquel sí disparaba, y menudo miedo. Mis tíos se iban a las colas para poder comer, y yo me quedaba con los cuatro niños. Cuando tiraban las bombas, que venían los aviones, yo con mi corta edad cogía a cada uno en cada brazo y los otros cada uno a mi lado, parecía una gallina con cuatro pollos. Bajábamos al sótano, era el sitio que nos parecía que estábamos a salvo, y no era así, porque si la casa se caía allí nos aplasta.

Yo ya estaba muy asustada y me quería ir a mi casa. Yo no sabía el día en que vivía, ni el mes, ni nada, y un día me dice mi tía que me iba a hacer un vestido, que la iba a decir a una modista que había allí que a ver si me lo tenía para el día 6. Yo la dije que si iba a venir mi padre, y me dijo que era el día de Reyes. Ella no sabía nada, pero llaman a la puerta y cual es mi sorpresa cuando veo a mi padre, no veas que alegría. Yo estaba deseando de irme de Madrid, así que me fui desde el Retiro hasta el pueblo. Lo pasábamos mal andando, luego cogimos una camioneta de leche, entre los cántaros, hasta Cabanillas, y desde allí andando.

Al poco tiempo me fui a un molino a Cabanillas. Como los hombres estaban en la guerra, teníamos que hacer las tareas de ellos las mujeres. Yo molía de todo menos trigo, que no nos dejaban, estaba prohibido. Lo peor era que ese molino era de agua, y las piedras grandes redondas, pero el agua estaba en una presa que se cerraba con una compuerta de madera, y había que levantarla con una barra de hierro y una piedra. Yo con mis pocos años no se como no caí a la presa algún día, porque era peligrosa. Lo había que echar en una tolva poco a poco, porque con el saco no podíamos porque pesaba mucho y podía haberme caído a la tolva, y quien venía a moler eran chicas como yo, y traían unas mulas y teníamos que meterlas en el molino poco a poco en los sacos, y luego lo atamos. La suerte fue que no se desatara porque era muy difícil.

El 28 de marzo del 39 se acabó la guerra civil. Los soldados republicanos venían andando con los pies llenos de llagas, y los de Franco venían en camiones cantando. Traían comidas enlatadas y hicieron al lado de un pajar lumbre para calentarse, y les dijo una señora que no hicieran lumbre allí, que lo hicieran un poco más allá, porque había un pajar y se podía quemar, y la contestaron que “los soldados de Franco lo tenemos todo pagado”, y se fue sin otra cosa que decir”.

La última carta de la Guerra Civil

La última carta de la Guerra Civil Una viuda recibe el correo que su marido le envió desde el frente en 1937

(...) El mes de abril de 1937, el ejército de Franco reclutó en ese pueblo (El Real de San Vicente, Toledo) a Anastasio Maqueda y a Martín Llorente (sentado y a la derecha respectivamente), dos labradores, amigos de la infancia, que no tuvieron más remedio que incorporarse al 10º Regimiento e Artillería Ligera, de la 55ª División , con base en Villamayor (Zaragoza). Tras dos meses en las trincheras, los dos amigos decidieron pasarse al enemigo. Sabían del peligro –a los desertores los fusilaban-, pero también de la recompensa: sus hermanos mayores luchaban por la República en el cuerpo de guardias de asalto. La madrugada del 14 de junio –cuatro días después de escribir la carta- (a su mujer Amadora Morales avisándole con un mensaje en clave) aguardaron a que pasara el cabo para darle la novedad y se zambulleron en un trigal alto, sin cosechar por culpa de la guerra, que se les ofrecía de cómplice delante de su trinchera.

Aunque la caballería intentó darles alcance, Anastasio y Martín lograron su objetivo. A la mañana siguiente, los republicanos les enviaron –junto a otros 30 jóvenes que también habían desertado- a un centro de recuperación en la retaguardia. Luego fueron destinados a una unidad e Artillería de Madrid, donde se batieron junto al Viaducto con las tropas de Franco apostadas al otro lado del Manzanares. La guerra terminó e intentaron volver al pueblo, pero a ambos los detuvieron, los condenaron a muerte por deserción y, aunque conservaron la vida por no tener delitos de sangre, hubieron e pagar largos años de represalias. Amadora recuerda los “cinco años, cinco meses y cinco días” que penó su Anastasio entre rejas, la de horas zurciendo que tenía que pasar ella “en casa de una pantalonera de derechas” para ahorrar y llevarle un poco de carne. ”Yo sabía, dice, “que si no lo alimentaba se me moría en la cárcel. ¡Hay que ver qué cara de difunto tenía al principio y cómo fue cogiendo vida!”

Aquella carta nunca llegó al correo. El mando franquista la interceptó para averiguar los motivos de la fuga y la envió después al Archivo Militar de Ávila. Allí la encontró, 67 años después, el periodista Pedro Corral, autor de un libro –Si me quieres escribir (Debate)- sobre el frente de Teruel. Corral, que buscaba documentación para otro trabajo, la leyó y decidió seguirle la pista haciendo de cartero. Se plantó en El Real de San Vicente y buscó a la mujer. Amadora, anciana ya, le contó que sí, que Anastasio desertó, que sufrió cárcel, que juntos rehicieron la vida; que tuvieron una hija, que disfrutaron de la llegada de la democracia y del triunfo de los socialistas, “los suyos de siempre” (...)

La carta no llego tarde porque tardara 67 años en alcanzar su destino, sino porque, cuando al fin lo hizo, Anastasio acababa de morir. “Mi querida esposa”, leyó por fin Amadora con la emoción en los labios, “me alegraré de que a la llegada de esta cariñosa carta te encuentres bien...”

EL PAÍS, Viernes 8 de abril de 2005, Contraportada